Una tarde otoño, en la que me invadió la melancolía,
me encontré con un poema que hablaba de la vida.
Poema que nunca lo olvidaré, porque dentro de cada
uno de sus versos me descubrí.
Con cada una de las estrofas me convencía,
que la vida es más que una sucesión con eslabones,
que año tras años, vamos hilvanando.
Y que la vida, es en sí misma es poesía.
Un poema me enseñó, a ver lindo lo tosco,
apreciar en las cosas, más que su belleza, su valía.
De vez en cuando leo un poema,
él me deja de su estructura, la rima,
pero dentro de esa composición de estrofas y versos.
Más que rima, hay amores, recuerdos, pétalos y espinas.
Desde esa tarde en que leí ese poema,
con asombro noté que en nuestra existencia,
no importa la bella forma que tengan las cosas,
si en lo más profundo de mi alma, no sientes su esencia.
Desde aquella tarde nublada y triste,
de grises contrastes y de mirada sombría,
me di cuenta que en un poema,
encontraba una historia que desconocía.
Es por eso que hoy cuando leo un poema,
pienso profundamente en cada uno de sus versos,
y me imagino a su autor dejando en él,
una gota de su sangre y un poco de su aliento.
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